Volumen: I | #

II PRIMEROS PASOS

Mis primeros pasos en la política están cargados de recuerdos de todo tipo. Me referiré a los principales y más significativos.

En 1957 fui elegido Presidente de la FECH-V (Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile de Valparaíso). Triunfé en una elección muy reñida contra el representante radical, que se presentó apoyado por socialistas y comunistas. Obtuve 330 votos, mientras mi contendor recibió 316 sufragios. La elección me tomó verdaderamente de sorpresa, porque partí de la base que, si bien iba a hacer un buen papel al alcanzar una alta votación, lo haría como perdedor, siendo mi destino encabezar la oposición para ganar la Presidencia algo después. Mi candidatura se presentó como “independiente, con apoyo demócrata cristiano”, debido a que el PDC era muy débil todavía y no tenía capacidad propia para recoger un apoyo mayoritario. Aún así, todos los que participamos en este esfuerzo pensamos que sería un digno “saludo a la bandera” y nada más. La sorpresa la dieron las mujeres, que votaron en masa por mí. Hubo una escuela, la de servicio social, donde mi adversario sacó un solo voto, el de la única estudiante comunista que allí había.

Este hecho cambió mi vida. A partir de ahora, la política pasó a ser un hecho tangible y vital en mi quehacer diario. Elegido Presidente ya no había marcha atrás. Debía responder y enfrentar las responsabilidades caídas en mis manos.

Esta elección mía se originó en cierta forma en agosto de 1957, en una Convención que realizó la FECH-V. Ahí realicé por primera vez, más por instinto o intuición, que por plena y total conciencia de lo que hacía, la que podría considerarse como una auténtica maniobra política. Sus consecuencias fueron exitosas y, en cierta forma, me catapultaron políticamente hacia arriba. Contaré sus detalles, debido a que los registré en un diario de vida que tuve durante largos años.

En el mencionado evento, radicales, socialistas y comunistas tenían una ajustada mayoría absoluta. Para imponerla necesitaban de la disciplina férrea de todos sus delegados. En esas circunstancias, presenté en una comisión de trabajo un proyecto de resolución que, si actuaban en conciencia, los dividiría, mientras que si se guiaban por su conveniencia política inmediata ganarían la votación, pero sufrirían un claro deterioro de credibilidad e imagen. El texto, breve, decía así:

“LA PRIMERA CONVENCIÓN DE LA FECH-V,
CONSIDERANDO:
a) Los serios informes presentados por la Comisión Especial de la Naciones Unidas frente a los sangrientos sucesos de Hungría, que comprueban irrefutablemente la despiadada intervención soviética para acallar la voz de la revolución popular.

b) Que similares intervenciones se realizan en el mundo de hoy con irritante intensidad, como sucedió con la intervención inglesa y francesa en el Canal de Suez, sucede hoy en Chipre, Argelia, etc.

ACUERDA:

Manifestar su rechazo a todas estas actitudes y reafirmar el principio de que los pueblos tienen derecho a gobernar sus destinos con el régimen político que libremente adopten.”

Esto era todo. Parecía poco, pero en ese tiempo era mucho. Los comunistas, que apoyaban ciegamente todo lo que hacía la Unión Soviética, no podían aceptar este voto. Los socialistas podían, porque eran críticos de las conductas soviéticas, pero eran arrastrados por los primeros en virtud de un pacto político nacional con ellos, llamado “Frente de Acción Popular” o FRAP. Los radicales, que no tenían pacto político nacional con los comunistas y eran el sector más fuerte de la coalición de izquierda en la universidad, también podían, pero estaban interesados en mantenerse unidos a comunistas y socialistas a fin de estar en condiciones de enfrentar juntos la elección de la FECH-V, que se realizaría dos meses después. Por estas razones, los dirigentes de esos sectores me rogaron en todos los tonos que retirara el voto. Ante mi negativa, intentaron maniobras para impedir un debate en la plenaria, consistentes en transformar mi voto en un informe de minoría que se votaría al final en paquete, sin discusión amplia. Como a esa altura ya había comprendido en parte el alcance de lo que se jugaba y me había comenzado a interesar en ponerlos en aprietos, retiré mi voto de la discusión en comisión y lo presenté directamente en la plenaria en medio de la confusión y el desconcierto de mis adversarios y la alegría generalizada de nuestro sector. Todavía recuerdo la agitación que se armó. Me gritaron de todo. Conservo muy vivamente una escena en que mi hermano Gustavo (ya fallecido), que era radical y Presidente de los estudiantes secundarios de Valparaíso y que asistía como invitado especial a la Convención, pidió la palabra y, en medio de un silencio curioso, pidió que el voto se discutiera. “Es lo honesto”, dijo. A mi esta intervención suya me emocionó mucho, aparte de que fue un apoyo tal vez decisivo para que la mesa directiva de la Convención aceptara, por fin, el debate. Para los radicales fue un desastre, porque no lograron explicar satisfactoriamente su conducta de votar en contra de mi propuesta. Al final, perdí la votación por escaso margen, pero creo que les inferí una derrota política y moral, que dos meses después se tradujo en mi victoria como nuevo Presidente de la Federación de Estudiantes. Los demócratas cristianos ganaron la FECH-V por primera vez conmigo. Durante ocho años seguidos continuaron triunfando. Hasta hoy siento satisfacción por esta labor cumplida en Valparaíso.

Mi año como Presidente de la FECH-V fue agitado desde el punto de vista político. Los perdedores no se conformaron con el resultado y pronto debí enfrentar una crisis política grande cuando se retiraron de la Federación los dos centros de alumnos mayores y, por eso mismo, más importantes: Derecho y Pedagogía. Fue nuevamente un acto de radicales, socialistas y comunistas. Mi respuesta consistió en ignorarlos y seguir actuando con entusiasmo en todas las actividades programadas. Esta actitud firme los hizo recapacitar y poco antes de las elecciones se reincorporaron. Para ellos este paso resultó tardío y pagaron por ello un alto costo político. Esta vez les ganamos por 200 votos de diferencia. El estudiantado castigó así su conducta excesivamente politiquera.

Poco tiempo después sucedió un hecho que me llenó de felicidad, porque me demostró a mí mismo que las actitudes firmes podían llegar a ser reconocidas por los propios adversarios. Resultó que el candidato ganador de la nueva elección, el futuro dentista Jaime Bustos, no pudo ejercer el cargo de Presidente de la FECH-V por razones de fuerza mayor (su curso en Odontología se trasladó completo a Santiago y, en consecuencia, debió irse). Debía asumir, en esa situación, el Vice-Presidente, Luis Astudillo, que no era del agrado de comunistas, socialistas y radicales. Los primeros, representados por un gran dirigente y amigo mío desde que nos conocimos peleando, Oscar Hormazábal, pidieron hablar conmigo y me plantearon muy seriamente que yo volviera a asumir como Presidente de la FECH-V. Ellos apoyarían esa medida. Rechacé, por cierto, esta propuesta, que carecía de toda legalidad, pero quedé íntimamente contento de haber impuesto un liderazgo que era reconocido por los mismos que me habían combatido con bastante pasión.

A partir del momento en que fui elegido Presidente de la FECH-V comenzó mi lento acceso al contacto con la generación fundadora de la DC. Todo empezó con mis obligados viajes a Santiago para tomar contacto con mis pares de las universidades de la capital, que en ese tiempo eran sólo tres: las universidades de Chile, Católica y Técnica del Estado. Ahí conocí y trabé amistad con Eduardo Palma, Jaime Lavados, Marco Antonio Rocca, Claudio Orrego Vicuña, Patricio Rojas, Patricio Fernández, Eduardo Zúñiga, José Domingo Herrera, Eduardo Beas y muchos más. Estas amistades han durado toda la vida. Pero, simultáneamente, cada vez que tuve la ocasión de viajar a Santiago (generalmente en un tren que tardaba tres horas y cuarto en hacer el recorrido) aproveché también de acercarme al partido (Alameda 760) y a la inolvidable Librería del Pacífico (Ahumada 76). En este último lugar solían juntarse, a partir de las 12.30 horas, algunos dirigentes de la DC como Eduardo Frei, Radomiro Tomic, Bernardo Leighton, Patricio Aylwin, Tomás Reyes, Gabriel Valdés, Jaime Castillo, Alejandro Magnet, Jorge Cash, Alberto Jerez, Julio Silva Solar, Bosco Parra y varios más. Conversaban un rato, intercambiaban informaciones y puntos de vista, y se iban a almorzar a sus casas, o a lugares cercanos cuando tenían que seguir trabajando inmediatamente después. Muchas veces los vi y hasta los abordé. Así comencé a conocerlos personalmente, aunque todavía con una cierta natural distancia y timidez. Para mí ya era un privilegio verlos. Llegar a conversar con ellos constituía casi una verdadera consagración política, lo que no era totalmente exagerado. No rehuían el contacto. Eran reconocidos por mucha gente joven como grandes personalidades políticas. Me cuento entre los que tuvieron el privilegio de conocerlos y, a la larga, trabar amistad o, a lo menos, camaradería política y cercanía humana con ellos.

Entre las oportunidades que se me presentaron, una de las más significativas fue mi participación como delegado en la Primer Congreso Nacional del PDC, celebrado entre el 27 y el 31 de mayo de 1959. Ahí me acerqué definitivamente a Jaime Castillo Velasco, uno de los mejores hombres que he conocido en mi vida, de alma noble e inteligencia superior. En dicha ocasión estuve a su lado en una postura que atrajo a la juventud de entonces y que estuvo a punto de triunfar en el gran evento. Jaime dirigía, ya entonces, la revista “Política y Espíritu”, que aparecía cada 15 días. Ella nos alimentaba de ideas y de cultura. (Llegué a ser editor de la misma entre 1986 a 1989, durante la etapa final de la dictadura pinochetista.) En aquella ocasión, su postura rechazaba en el fondo que el PDC se transformase en un "partido de masas" y proponía convertirlo en un “partido de vanguardia”, compuesto por cuadros selectos y disciplinados, capaces de liderar a las masas, pero sin incorporarlas a la estructura del partido. El PDC, así concebido y organizado, no sería clasificable como de derecha, centro o izquierda, pues pretendía romper esos esquemas. Esta posibilidad, que, vista con la perspectiva de los años transcurridos, tenía algo de “leninista”, se perdió para siempre en dicha ocasión, pues triunfó la posición de Frei y Aylwin, apoyada en la segunda votación que debió hacerse al no obtener ninguna la mayoría absoluta, por el sector más izquierdista de ese entonces (Jorge Cash, Alberto Jerez, Julio Silva, Bosco Parra). El PDC se convirtió, a partir de entonces, en un gran partido de masas. Es posible que hoy, mirando la evolución de las cosas, se pueda decir que el PDC no habría llegado al poder si hubiese triunfado la tesis de Castillo. Pero también es cierto que, aunque nos molestase siempre, el PDC se convirtió rápidamente y de hecho en un auténtico partido de centro, con muchas fracciones fluctuantes. La polarización ideológica nacional ocultó durante largo tiempo este hecho, pues la DC logró jugar muchas veces el rol de un tercer polo, o tercer camino. El momento más estelar de esta situación se dio en la elección de 1970, donde claramente la política nacional se dividió en tres tercios muy marcados.

El año 1959 fue decisivo en mi trayectoria personal no sólo por las experiencias relatadas, sino también, por otra razón: comencé a viajar fuera de Chile, cosa que hasta entonces no había realizado. Mi primera salida fue a Caracas, Venezuela, como delegado estudiantil al Tercer Congreso Latinoamericano de Estudiantes (III CLAE). Aquí comenzó a abrirse otro frente de contactos y amistades que no se cerraría nunca más. (Cosas de la vida: en 1995 volví al mismo lugar, pero a vivir allí por largo tiempo, ahora como embajador de Chile, cargo que ejercí hasta el 31 de Diciembre de 1999. El 1º de enero del 2000 asumí las funciones de Secretario Permanente, o Ejecutivo, del Sistema Económico Latinoamericano, SELA, por cuatro años. Ya hablaré de esto.) Entre este primer viaje al extranjero y 1970 realicé 35 salidas de Chile. Fue una época intensa y enriquecedora. Tuve, como chileno, esto es, como ciudadano de una nación intensamente isleña y provinciana en su mentalidad y su cultura, un alto privilegio: salir del territorio nacional con frecuencia y conocer algo de nuestro convulsionado mundo. En verdad, hasta entonces (esto ha ido cambiando después) nuestro país siempre había sido extremadamente insular, condicionando una mentalidad de este tipo. El mundo era visto desde este ángulo, con distancia y, a veces, hasta con desprecio arrogante, actitud que aún persiste, pero en forma algo aminorada por la influencia de los que ahora entran y salen con frecuencia del país y hacen sentir una visión más equilibrada de los fenómenos mundiales y del verdadero y, por cierto, modesto sitio que tiene Chile en el mundo. Pude escaparme de esta especie de auto encierro colectivo y ver las cosas con más perspectiva y humildad. Esto, que comenzó siendo yo todavía estudiante universitario, continuó en 1965 con un nuevo salto: entré a trabajar al Ministerio de Relaciones Exteriores como secretario político del Ministro Gabriel Valdés, quien me “reclutó” personalmente, después de verme actuar durante un tiempo. Poco después fui designado Asesor Político de la Cancillería, cuarto en la jerarquía del Ministerio, con rango de embajador. Durante ese rico período en que trabajé vinculado a la política exterior de Chile, fui delegado de Chile a tres Asambleas Generales de las Naciones Unidas (1965, 1966 y 1967) celebradas, como es habitual, en Nueva York; asistí también como delegado a la Tercera Conferencia Extraordinaria de la OEA, en Buenos Aires; integré igualmente la delegación chilena que acompañó a Frei en sus viajes a Colombia, Ecuador y Perú (1966), a Punta del Este, Uruguay, a la Reunión de Presidentes de toda América, (1967), y a Brasil (1968). Fueron experiencias inolvidables, que me dieron un conocimiento muy cercano de grandes personajes y de sus formas de actuar y de razonar.

Es interesante consignar el contexto internacional en que se produjo este nuevo hecho grueso de mi vida. Corrían los tiempos de la guerra fría. Salvo la derecha chilena y latinoamericana, que era pro-norteamericana, la mayoría de los estudiantes estaba en la trinchera contraria. Pero a los demócratas cristianos se nos producía el problema de que tampoco nos alineábamos con la izquierda, controlada en general por los partidos comunistas pro-soviéticos. En estas circunstancias, navegábamos entre dos polos que trataban de tironearnos para su lado. Nuestra resistencia, que fue tan fuerte dentro de Chile, como que llegó a transformarnos en otro polo como he dicho, no fue igualmente firme y homogénea en el exterior. Entre los demócratas cristianos hubo quienes estuvieron más cerca de Estados Unidos y otros más cerca de la Unión Soviética, aunque nunca --hay que decirlo y reconocerlo-- con una entrega total por ninguno de ellos. Los dos polos principales eran demasiado fuertes y hacían todo lo posible por atraer gente, gastando enormes sumas de dinero en actividades atractivas para las juventudes (congresos, festivales, giras, etc.). Los no-alineados (India, Yugoeslavia, Argelia, etc.), que tuvieron en un comienzo mucho prestigio al declararse independientes de los dos grandes bloques, nunca consiguieron mostrar la capacidad operativa de éstos.

Un hecho histórico latinoamericano, como ya lo consigné anteriormente, vino a determinar muy profundamente toda nuestra existencia política: la revolución cubana. El primero de enero de 1959 se desplomó la feroz dictadura de Fulgencio Batista, que le había costado a Cuba alrededor de 20 mil muertos. Con el triunfo de los guerrilleros encabezados por Fidel Castro, Ernesto Ché Guevara y Camilo Cienfuegos, se inauguró un proceso político singular, muy autóctono, que, por desgracia, se desvió a poco andar, en gran medida a causa de la errada política exterior norteamericana, que lo acorraló, empujándolo rápidamente hacia una alianza cada vez más estrecha con el bloque soviético. El paulatino predominio ideológico y político de los comunistas cubanos en el seno del gobierno se vio enormemente favorecido por esa conducta. Por último, errores cometidos por varios sus propios dirigentes, algunos de los cuales terminaron marginados del gobierno y, a la larga, exiliados o presos, completó la tarea. No obstante, este fenómeno fue seguido con gran entusiasmo por la juventud de entonces. Uno de mis actos como Presidente de la FECH-V consistió en encabezar una gran manifestación de apoyo a los guerrilleros de la Sierra Maestra y hablar en una concentración que reunió fondos para ayudarlos. Hice uso de la palabra junto con Luis Guastavino, un gran dirigente comunista de esa época, amigo mío, que mucho más tarde, dejaría su partido al “caer las catedrales” sobre las que basaba su credo político. (Escribió un libro precisamente con el título “Caen las catedrales”).

La revolución cubana atravesó todo el espectro político chileno. La derecha se alineó junto a Estado Unidos en una posición tajantemente contraria y apoyó la política exterior agresiva y ciega de la gran potencia en contra de la misma. La izquierda se abanderizó incondicionalmente con ella. La DC apoyó el cambio revolucionario, no cuestionando su legitimidad de origen, pero pidió democracia, como figuraba en el programa del Movimiento 26 de Julio que encabezó al comienzo el proceso. Tampoco hizo esto en los primeros meses, pues entendía las dificultades y urgencias iniciales, pero, al pasar el primer año y comprobar la ninguna intención de Castro y de los suyos de organizar un sistema democrático, como lo habían prometido, comenzó a ser más crítica. A la vez, la DC nunca dejó de criticar la política norteamericana frente a Cuba. Cuando Castro definió su revolución como “marxista-leninista”, cosa que hizo más de dos años después de su victoria, naturalmente la DC aceleró su distanciamiento y endureció su crítica.

Hay que dejar constancia aquí de tres hechos que hacían difícil abordar el tema en forma muy desapasionada. El primero, tenía que ver con la dictadura derrocada. Fulgencio Batista encabezó un gobierno que, para mantenerse en el poder, asesinó masivamente a sus compatriotas. Como ya señalamos, se estima hasta hoy que alrededor de veinte mil cubanos perdieron la vida bajo su dictadura. Su expulsión del poder fue vista universalmente como un hecho necesario, legítimo y justo. El segundo, residía en la forma en que esto se llevó a cabo. Fue una guerrilla liderada por jóvenes, en su mayoría con formación universitaria, envuelta por un halo de coraje y heroísmo romántico, a cuya atracción resultaba casi imposible resistir. Sus dirigentes se jugaron la vida directa y personalmente, hasta lograr liberar a su pueblo de la tiranía. El tercero, estaba en el carisma de sus líderes y, muy en especial, del principal de ellos, Fidel Castro Ruz. Ellos, entre los que también estaban el Ché Guevara, Camilo Cienfuegos y muchos más, irradiaban coraje, honestidad y generosidad. Castro había demostrado en la práctica condiciones especiales de mando y disposición a morir por la causa que proclamaba.

La década de los 50 se despidió con este hecho clave, dándole impulso a muchos fenómenos políticos de la década siguiente. Como veremos más adelante, esta influencia fue grande en la evolución de la izquierda chilena. En particular, impactó a los socialistas, estimulándolos a acercarse más a los comunistas y planteamientos más radicalizados.

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